David en su sitio, en la primera fila, solo, escuchaba a todos sus compañeros sin decir ni una palabra como de costumbre. El miedo y la inseguridad le invadía, pero eso era normal cada día ya que él era el foco de risas y burlas de la clase.
De pronto escuchó que se le acercaba Miguel, el número uno de la clase. Le dijo entre risas: "¿Y tú David de que te vas a vestir esta vez, de empollón?" Y le tiró el estuche. Todos se rieron y empezaron a burlarse de él. David comenzó a temblar y desear que regresara ya el profesor.
La noche antes de carnaval, David apenas pudo dormir pensando en los insultos y quizás los golpes que recibiría el día siguiente.
Llegó el viernes y a pesar de inventarse toda excusa para intentar no ir a clase tuvo que armarse de valor, ponerse el disfraz de vaquero que su madre había estado haciendo toda la noche e irse al colegio. A David le encantaban las películas y los libros de vaqueros ya que los veía muy valientes, tan valientes como deseaba ser él.
Entró por la puerta y esta vez estaba muy tranquilo, sin miedo... como nunca ante se había sentido al entrar al colegio. Parecía que el disfraz le había transformado en otra persona, alguien fuerte que no temía a nada.
Pasó un gran día, jugó como nunca antes había hecho, ya que detrás de ese disfraz se escondía todas las inseguridades. Con ese disfraz sus compañeros no se metieron con él por la seguridad que reflejaba y porque ya no parecía el empollón de siempre.
Llegó la hora de irse a casa y su madre lo recogió como cada día, pero se dio cuenta que hoy no era un día normal, su hijo estaba feliz.
La madre de David le preguntó:"¿Qué tal el día?", siempre le preguntaba pero esta vez no obtuvo la misma contestación de siempre que era un simple suspiro. David no dejó de hablar en todo el camino, le contó todo lo que había hecho muy contento.
La madre lo miraba con emociones muy encontradas, felicidad por ver a su hijo tan feliz pero a la vez un poco entristecida porque sea solo en carnaval y le dio un consejo que David nunca pudo olvidar:"David hijo, quiero que cada día seas así de feliz. Tú no necesitas un disfraz, ya eres increíble siendo tú mismo, que nadie te haga cambiar nunca ni esconder como eres.
Mi opinión: Que triste es que en esta sociedad nos tengamos que esconder detrás de un disfraz y no poder ser como realmente somos, por miedo a no ser aceptados por esta sociedad tan hipócrita.
Un beso, Laura.